A propios y a extraños agradó la noticia de que Mike Tyson pero principalmente Julio César Chávez entraron al Salón Internacional de la Fama del Boxeo este 2010; sorprende, por otro lado, que Sylvester Stallone haya sido incluido cuando existen, por mucho, otros realizadores y actores con mayores merecimientos: el Jake LaMotta que encarnó Robert De Niro y dirigió Martin Scorsese es el más claro ejemplo.
Stallone escribió un guión tratando de homenajear al único campeón mundial de peso completo que se retiró invicto (aún y cuando los archivos de Eduardo Lamazón dicten lo contrario): Rocky Marciano. Al igual que The Brockton Blockbuster, el personaje de la saga tenía un estilo de pelea sangriento: recibía muchos golpes y resistía estoico hasta la victoria.
La primera película atrapó a la audiencia, recaudó más de 56 millones de dólares; la película impactó a Hollywood, ganó tres premios óscar, incluido el de mejor película de 1976 y con las 10 nominaciones, incluidas mejor guión y mejor actor, Sylvester saltó a la fama. La serie, no obstante de seguir atrayendo a la taquilla, sólo repitió hasta el cansancio un mismo patético argumento.
Stallone exageró en aquellos aspectos que ignoraba o llenó con lugares comunes aquellos que no tenían interés dramático. Los púgiles que protagonizan las seis películas son verdaderos físico-culturistas y no los espigados o rechonchos peleadores del deporte en carne viva; los entrenamientos no son el pan de cada día y las peleas parecen concertarte mágicamente. En estos filmes, todo importa más que el boxeo.
La aparición de estrellas como Joe Frazier o Roberto Durán no asegura que la saga sea un homenaje para el boxeo. Al contrario, el mismo Stallone declaró que sólo un loco podría dedicarse al pugilismo, en clara falta de respeto a quienes por necesidad o por vocación han adoptado la fistiana.
El arte de hacer boxeo
El remordimiento por un falso asesinato orillaron a Jake LaMotta a buscar la redención en un boxeo sangriento, en la constante violencia intrafamiliar y en el alcohol. Su deseo íntimo de la gloria lo llevaron a ser campeón mundial mediano y en ser el primer hombre en derrotar a Sugar Ray Robinson, el gran maestro que era su antítesis y que se volvió en su obsesión sin antídoto.
LaMotta escribió una autobiografía a la que tituló The Ranging Bull, tratando de seguir presente en los titulares de los diarios; en el libro, el ex campeón narró las peripecias de su vida, su gitano paso por el boxeo y su declive personal. El texto atrapó a Robert De Niro y este, después de mucho batallar, convenció a Scorsese de realizar la película.
La tormentosa vida del Bronx Bull precisaba de un actor excepcional, por ello De Niro no sólo tomó la asesoría personal del boxeador sino que se transformó a si mismo en un púgil. Desde la alimentación hasta las arduas sesiones de guantes, Robert se convirtió a si mismo en un real peso mediano que peleó profesionalmente en el rodaje de la cinta y en la vida real.
Después de ver boxear a Young LaMotta, el original boxeador le recomendó a De Niro dedicarse al boxeo, lo que éste declinó por tener tantos riesgos el deporte de los puños. El riesgo que si tomó, y a la larga afectó sus riñones e hígado, fue convertirse en el obeso LaMotta después del retiro: a base de pasta engordó más de 20 kilos en cuatro meses.
La película, menos taquillera que Rocky, homenajea la vida de un púgil contada por el mismo; a diferencia de otras cintas similares, las escenas de combates fueron filmadas de combates reales y no hay una pizca de sentimentalismo a la hora de abordar los verdaderos dramas del boxeo: la lucha eterna contra el peso, las peleas que nunca llegan o las que se pierden por dinero, ese poderoso factor que puede encumbrar o destruir carreras.
¿Una decisión errónea?
Tratando de dar una visión real (hiperrealista si se quiere) del mundo pugilístico, De Niro arriesgó su propia integridad y aprendió a amar el boxeo, no se conformó con hacer teatro de la fistiana sin comprenderla, como Stallone. The Ranging Bull no maquilla las vergüenzas del boxeo, Scorsese las expone crudas como son, como no lo hace Rocky, donde el cliché se contenta con generar taquilla.
A los expertos del Salón Internacional de la Fama del Boxeo habría que preguntarles si en verdad reflexionaron este galardón tan importante, apenas concedido a 26 personas; optaron por el cine superficial sobre boxeo, aquél que no mete el dedo en la llaga pero sí enternece a las masas.
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